lunes, 23 de agosto de 2010

Pidiendo pista



-“Torre de control permiso para aterrizar-”, con esta frase englobo lo que queda de vacaciones, vamos aproximándonos a tierra y vamos poco a poco aproximándonos a la pista de aterrizaje en una semanita más o menos. Desembarcaremos en el aeropuerto y veremos a las personas con las que compartimos muchos días a lo largo del año y también a nuevas personas que nos van a acompañar, comentaremos el tiempo de descanso, los lugares visitados, lo nuevo aprendido y vivido en este periodo de vacaciones.
Este tiempo de descanso lo he dedicado a eso, a descansar a poner en orden las ideas y los proyectos tanto los que están en el cajón de hacer y los nuevos, también lo he dedicado a estar con los míos sin prisas, con tiempo para hablar y disfrutar del hecho de estar juntos, poner al día las lecturas y como no, también he dedicado un tiempo a descubrir nuevos paisajes. Este año, no he salido de esta península y he descubierto la zona del Cantábrico, un vergel de valles verdes y naturaleza en explosión constante, una región llena de vida por todos los costados. Una experiencia que repetiré más a menudo, el descubrir el norte de España ha sido un hallazgo, no solamente por dejar el calor que nos acompaña en Murcia en verano, sino también por disfrutar de esa magia que hay en los bosques de los Picos de Europa, esa majestuosidad de las montañas y de los valles, el océano Atlántico que se transforma en mar Cantábrico y moldea las playas y acantilados, esos pueblos de piedra antigua tan bien conversados y habitados en su mayoría. Esos pueblos que con su nombres, evocan a la memoria tiempos históricos de la Corona de Castilla, de la Reconquista, de expediciones por esa océano Atlántico. También traen al recuerdo romances, historias de brujas, duendes y seres mitológicos. Pasear por esas calles empedradas, en las que se mezcla la tradición con el modernismo, el modernismo con la tradición en una sinfonía perfecta de armonía que despiertan la imaginación y evocan versos que navegan por la mente como los veleros que surcan la mar. Sin olvidar que el no sólo de arte, cultura y paisaje se alimenta el cuerpo. ¡Qué despertar del gusto¡ al probar los productos gastronómicos de las zonas visitadas, que placer efímero el disfrutar de una sidra, un orujo o un simple y maravilloso café, unido al escenario donde se degusta, el placer es aun mayor y se perpetua en el recuerdo los sabores y olores vividos.
Un nuevo viaje realizado, una nueva experiencia de aprendizaje, que hace que junto con el tiempo de descanso, se recarguen las baterías para afrontar el nuevo curso, con optimismo y con deseos de hacer un buen trabajo.